La revolución rusa y la guerra civil
Reseña al libro sobre la historia rusa de Anthony Beevor
El maestro Richard Pipes señaló en su fundamental obra sobre el tema, como la revolución rusa había sido el fenómeno político y social más importante del siglo XX. Sin duda, el que conllevó mayores consecuencias en las décadas posteriores. Es por eso que no ha de sorprender el interés y las sucesivos análisis que se van haciendo sobre un episodio histórico de enorme complejidad, ramificaciones, y mayormente todavía muy incomprendido y lleno de mal entendidos, algunos de los cuáles incluso nublan el juicio político de la actualidad. Anthony Beevor, conocido por su minuciosa obra sobre la segunda mundial, el que aporta su particular visión del complejísimo periodo de la historia rusa en su libro Rusia. Revolución y guerra civil. 1917–1921.
Este es ya un punto sustancialmente diferente con respecto al eje temporal que tradicionalmente suele marcar el estudio de la Revolución. Típicamente los historiadores han incluido en el análisis de los hechos de octubre un estudio detallado del periodo previo de la Rusia zarista de los zares Alejandro y Nicolás; en este caso la atención se centra en una descripción minuciosa de los eventos políticos que marcan los hechos de octubre, que propiamente no fueron ninguna revolución sino un golpe de Estado contra la incipiente república rusa: el zar ya había abdicado y ya se habían constituido una asamblea después de unas elecciones constituyentes, y la posterior guerra civil. En el origen de esta guerra civil esta precisamente el hecho central de que los bolcheviques no consiguieron imponerse en las elecciones constituyentes y solo les quedo la revolución, el caos social, el boicot a las instituciones, la violencia y el terror; todos ellos elementos que quedan muy bien descritos por Beevor –glosados por el propio Lenin en las “tesis de abril” donde básicamente dejó claro a sus seguidores que no creía en la democracia–, en el periodo clave que va de febrero a octubre de 1917 y donde la historia quizás pudo ser diferente.
Breevor, buen conocedor de la primera guerra mundial, centra su descripción de los hechos en la propia revolución pero inmediatamente después en el impacto y consecuencias de la guerra civil, y todo ello en el difícil contexto bélico de la Europa de la época. Si bien los principales mensajes que arroja, refrendan las tesis principales sobre el fenómeno de la revolución, el texto ayuda a entender los porqués del éxito de los revolucionarios, dotados de una intelligentsia política muy eficaz, y el fracaso de los blancos que se encontraron sin una reserva de moral suficiente ni credibilidad para hacer frente a los salvajes bolcheviques, descritos con mucha crudeza en el texto y que tuvieron una crueldad que luego marcaría el conjunto del movimiento comunista en el resto de países en los que se convirtió en una mortífera plaga. De hecho, el gran acierto de Lenin fue no desvelar nunca como sería una sociedad comunista y limitarse a prometer a cada uno lo que necesitaba oír con tal de contar con su apoyo político.
Lenin se encontró una Rusia totalmente rota, pobre y caótica, el único escenario que hubiera hecho posible su victoria final. Los avances sociales de las últimas décadas no habían remediado la enorme miseria de la mayoría de la población rusa. La liberalización de los siervos en 1861, si bien había sido un avance político considerable, sin las debidas reformas, no había servido para oxigenar las finanzas en las zonas rurales, tremendamente pobres e incultas. El desastre de la guerra contra Japón de 1904 y 1905 solo sirvió para empeorar las cosas. La violencia y los disturbios se volvieron en algo habitual lo que alimentó una peligrosa espiral de violencia también entre las fuerzas del orden. Los intentos de reforma agraria tampoco prosperaron. Por su parte, las ciudades también se quedaron atrás y lejos de la revolución industrial que ya había transformado las condiciones de trabajo en Europa occidental: no era la panacea, pero la nueva realidad industrial era mejor que el campo donde se pasaba hambre, y dio lugar a cambios paulatinos con temblores políticos pero sin llegar a la revolución rusa que, paradójicamente, tuvo lugar en una economía básicamente agrícola, y no en una economía industrial como preconizaba Marx (que se equivoco en todo).
El elemento que acabaría por desestabilizarlo todo: el suicidio europeo que supuso la Gran Guerra, como se la conoció entonces, la Primera Guerra Mundial, como la conocemos hoy. En efecto, pese al paupérrimo estado del ejercito (y del país en general) tras la derrota con Japón en 1905, Nicolás II se creyó obligado a movilizar fuerzas del ejército ruso para luchar en la contienda (una dinámica de miedos, egos y alianzas absurdas que llevó a Europa al suicidio perfectamente descritas por Bárbara Tuchman en el recomendable libro Los cañones de agosto). La guerra era entonces la única catástrofe que podía empeorar las condiciones de los sufridos rusos.
Beevor con gran pericia narrativa describe con minuciosidad tanto los horrores de la guerra, como sus consecuencias políticas y sociales que acabaron por alimentar el fuego de la hoguera bolchevique liderada por Lenin, de perfil psicótico y megalómano, y quién mejor supo utilizar el dolor ruso en beneficio político propio. El libro permite entender bien la frustración por la falta de reformas en la Rusia zarista (aunque es un tema que se aborda mejor en otros textos, especialmente el de Pipes). La estupidez de las élites políticas, o el asesinato de los pocos reformistas que estaban propiciando avances económicos, políticos y sociales como Stolipin, pero sobretodo el desgaste de la guerra donde las tropas se sintieron traicionadas y abandonas a intereses que no eran los suyos acabaron por precipitar la caída del zar primero, y el posterior golpe de Lenin aprovechando la debilidad institucional y política del momento así como, de nuevo, la enorme incompetencia política en este caso del socialista Kérenski.
Tras la tragedia del golpe de Estado y desatado el caos social por la revolución, llegaron las Checas y la inevitable guerra civil en la medida en que más de la mitad de Rusia se resistía a morir o a que simplemente le arrebataran sus tierras y posesiones. Un nuevo episodio de dolor en el que finalmente los blancos, caracterizados por excesos y crueldad, si bien nunca llegaron al nivel de inhumanidad de los bolcheviques, no tuvieron nunca la reserva moral ni la fuerza física suficiente para imponerse. Tras la guerra civil, donde el sufrimiento del pueblo ruso fue igual o peor que durante la Primera Guerra Mundial, Rusia se adentro en el régimen autocrático más implacable de la historia que contó al mando con dos de los más sangrientos dictadores de la historia universal: los psicópatas Lenin y Stalin. Un duro relato de la revolución rusa que conmocionó al mundo y que extendió el sufrimiento del pueblo ruso durante décadas más allá de lo humanamente imaginable.