El opio de los intelectuales

Luis Torras
4 min readMay 6, 2019

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En el estudio de la historia, como sucede en economía, existe la tentación de pensar que estamos en disposición de poder dar una interpretación absoluta a los hechos históricos, a los datos. De pensar que es posible descifrar las leyes inmutables que determina el avance de las naciones y civilizaciones. Advertir de los enormes errores de esta manera de pensar, semilla del marxismo y otros ismos, fue una de las grandes empresas de la dilatada e intensa trayectoria intelectual de Raymond Aron. A mediados de la década de los cuarenta el debate sobre los verdaderos avances económicos y sociales de la Unión Soviética, así como de las posibilidades del comunismo se intensificó enormemente en Francia y en otros países.

El grueso de la intelligentsia de entonces estaba seducida por la capacidad de liderazgo de Stalin, así como los presuntos beneficios que ofrecía un sistema de planificación económica en comparación con los sistemas de libertad de empresa, o por el misticismo que evocaba para muchos pensadores cualquier movimiento revolucionario. Estos años son los años en los que George Orwell, un periodista de izquierdas, tendrá enormes problemas para publicar sus novelas universales de Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), precisamente por representar una cruda crítica a lo que realmente estaba ocurriendo en el interior de la Unión Soviética y que muchos se negaban aceptar.

Fruto de este debate y clima intelectual, se publica por primera vez en 1955 El opio de los intelectuales, donde Aron recopilaba por primera vez sus ensayos articulando una lúcida crítica a la dialéctica historicista y, sobretodo, a los intelectuales que se dejaban seducir estas ensoñaciones que en la práctica solo podían desembocar en regímenes totalitarios. Un clásico del pensamiento político del siglo XX reeditado de nuevo recientemente en Página Indómita (que no cesa de dar alegrías a los apasionados del pensamiento político).

Se trata de obra densa, a medio camino entre un libro de crítica política, filosofía e historia en donde, en suma, Aron fija la estructura para la crítica del marxismo como religión secular, que ya había señalado la gran Simone Weil. Mises y Hayek centraron sus críticas al comunismo en su imposibilidad científica para funcionar debido a la falta de cálculo económico, así como en su dimensión moral y cómo este era contrario a la propia naturaleza del hombre. En El opio de los intelectuales, Aron centra el grueso de sus críticas en el historicismo marxista, a los excesos en la “idolatría de la historia”, poniendo en tela de juicio la proposición de entonces con respecto a que el comunismo era simplemente el resultado inevitable de las fuerzas históricas. La obra también contiene muchas ramificaciones y críticas a muchos elementos que hoy asociamos al marxismo cultural, entonces ya era frecuente el acuñar nuevas palabras o retorcer el significado de las ya existentes en el beneficio exclusivo de la construcción de un relato.

Con una prosa muy trabajada, como sucede también con pensadores como Berlin, y con numerosas referencias al contexto político de su tiempo y a la propia experiencia francesa, Aron desmonta cada uno de los mitos de la izquierda de entonces, similares a los de la izquierda actual, esa que se siente más cómoda con la ensoñación que con la realidad, poniendo el foco de sus críticas en el intelectual que, habiendo accedido al trono que tiene reservado cualquier régimen político aquellos que saben manejar palabras e ideas, se dejan llevar por los excesos de teoría y la propaganda. Surge así la intelligentsia, intelectuales no dedicados a la gran aventura del saber y la búsqueda de la verdad, sino que se constituyen como una nueva clase social orientada a la vieja empresa de conquistar y administrar el poder, y en donde demasiadas veces la ideología es una excusa para confundir proposiciones de hecho con juicios de valor.

El libro tiene trazas del género periodístico de manera que las ideas que expone el autor están insertas en la actualidad del momento. El texto repasa una parte importante de la historia reciente intelectual de Occidente y algunas de sus constantes históricas, como el carácter profundamente anti americano de la que Aron se sirve de múltiples ejemplos, o como estos no dudaban en abrazar la propaganda Soviética. Una perspectiva que permite arrojar luz también sobre las dinámicas en el debate intelectual actual que adolece, en términos generales, del mismo grueso de patologías que observó Aron en su tiempo. El texto tiene un marcado sentido de responsabilidad, algo que ya resaltó Tony Judt, para quién Aron fue un “insider periférico”, en el sentido de habiendo ocupado un puesto central en la intelectualidad francesas del siglo XX, sus opiniones serán tremendamente incómodas, como también sucedió con la obra del ya citado Orwell, o con la obra de otros grandes como Albert Camus o León Blum. Todos ellos pensadores que no tuvieron reparos en incomodar a sus coetáneos antes que ceder en su búsqueda de la verdad.

Lo único que acabó siendo inevitable del comunismo no fue su llegada, impuesta siempre a la fuerza (incluida en la URRS que llegó tras un golpe de estado y una cruenta guerra civil), sino la violencia, la represión y el sufrimiento asociado de forma implícita en su implementación. Pese el dramático reguero de sangre que supuso el comunismo en todo el mundo durante el pasado siglo, nuestra época no es ajena a la tentación de muchos intelectuales por pensarse que tienen la capacidad de diseña e imponer “sociedades ideales”. Un paraíso al que, de nuevo, según algunos líderes políticos es la única alternativa posible con el consiguiente deterioro del pluralismo irrenunciable que ha de caracterizar un orden social democrático.

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Luis Torras

Finance geek & avid reader. Ocasional writer on books, finance & other things. Skin in the game.